Segundo al mando
Un miembro del consejo de ancianos salió a recibirles al
camino, montando un percherón pardo, de los que presumían los enanos diciendo
que eran los caballos con el paso mas firme para sus tierras. El enano sería
bastante mayor incluso para su raza, era calvo, la barba le raleaba, su mentón
era fuerte y prominente, una cicatriz surcaba su frente, sus pómulos estaban
hundidos, dándole un aspecto cadavérico, y su ojo izquierdo se encontraba ya
nublado en las tinieblas, aunque parecía que por el derecho veía sin problemas,
ya que cuando se acercó a los embajadores ducales con toda su comitiva, le dijo
a Joromun: “No pensé que volvería a veros, y menos como alto dignatario del
duque. ¿No me recordáis?”. Joromun se disculpó con el enano, el cual parecía
encontrar fascinante al elfo, ya que no había ni saludado al otro embajador, y
a buen seguro que sabía quien era, pues era un hombre conocido y temido por
todas las distintas tierras; se trataba de Esdorak, el chambelán del duque.
Aquel enano seguía expectante, sin moverse de su caballo, sonriendo de oreja a
oreja a Joromun, a la espera de que este recordara quien era. “Esa actitud”,
pensó Joromun, y finalmente supo con quien hablaba, aunque aquello no auguraba
nada bueno “Sois Oydeon, quien fuera heraldo del príncipe Lodaril”, el anciano
sonrió incluso más, tanto que parecía que se le fuese a rasgar la boca, y le
dijo a Joromun “Me alegra saber que no he sido olvidado” y después,
dirigiéndose a ambos embajadores dijo “Os brindaré el paso a Cenicea, nuestra
gran capital, donde contaréis con nuestra hospitalidad”.
Por el rabillo del ojo Joromun se fijó en su compañero.
Esdorak era un humano muy delgado, escuálido, de cuello fino, mentón muy
afilado, cuya boca era apenas una línea carente de labios, nariz chata, ojos
azules, cejas pobladas, pelo canoso que le caía en una media melena hasta los
hombros, y que siempre iba bien afeitado. Tenía unas curiosas marcas bajo los
ojos, que hacían creer que llevara anteojos, y que Joromun no había sido capaz
de decir jamás si eran marcas de nacimiento, cicatrices, o algo que se le había
quedado a Esdorak en la cara de pasarse las horas muertas con las manos
sujetándose el rostro, algo que hacía siempre que se hallaba sentado. Esdorak
no era de los que hablaba sin antes pensar, pero debió considerar que cuánto
antes le aclarara las cosas al enano menos problemas traería. “Os agradecemos
la hospitalidad de Cenicea, maestro Oydeon, pero tan solo estamos de paso. Nos
gustaría descansar y seguir nuestro viaje hacia Vilanta al amanecer”. Lejos de
amilanarse ante aquel personaje, el enano le contestó, “Ya cambiaréis de idea,
embajador. En Vilanta no hay nada que ver, os lo aseguro, todo lo que pasa en
Isla Mina ocurre en Cenícea”.
El camino por el que viajaban los dos embajadores, el
miembro del consejo enano y las comitivas de estos era una bonita obra de la
ingeniería enana, una carretera totalmente lisa, perfecta para los caballos,
hecha con adoquines de distintos materiales, cuya composición parecía formar
extrañas obras de arte en el suelo. Tras muchos metros de silencio, el anciano
Oydeon lo volvió a romper
-Embajadores, una pregunta si no es molestia, ¿Por qué para
llegar a Vilanta pasáis por Cenícea? El camino más corto es el camino norte,
que pasa bien lejos de aquí
-No queríamos faltar con nuestro deber de presentar nuestros
respetos al nuevo druida- dijo Joromun, que tenía bien ensayada la respuesta
ante tal pregunta. “No estaría bien que solo hablara yo” le había dicho Esdorak
antes de partir “Sospecharían si uno de los embajadores solo resulta ser un
palurdo con espadas”
-Ah, si, el nuevo druida. Estará encantado de recibiros
-Maestro Oydeon- dijo Esdorak- utilizando la misma fórmula
que vos habéis utilizado para meter las narices en nuestros asuntos: “una
pregunta si no es molestia”, ¿De que forma ha caído en desgracia el clan de los
madereros, que durante cientos de años han sido vuestros druidas, para que
ahora el druida pertenezca al clan de los canteros, del cual sois parte?- el
enano miró a Esdorak con la misma sonrisa enorme con la que había mirado a
Joromun cuando les recibió. “Maldito seas, chambelán” pensó Joromun “¿Para eso
querías que yo contestara a esa pregunta, para dejarme como el tonto que
contesta cuando alguien mete las narices en nuestros asuntos?”
-Veréis- empezó Oydeon- yo estaba en la cámara del consejo
el día que se decidió que los madereros dejaran del druididato. Se habían
ganado muchos enemigos, y la deshonra rondaba su clan. Primero se lavaron las
manos mientras los otros clanes conspiraban con los dracónicos, después juraron
ser los más fieles amigos de los humanos, cuando tradicionalmente nuestros mas
fieles amigos han sido los trasgos, quienes siempre han apoyado a la estirpe de
Edai Gan.- a Joromun le parecía increíble la facilidad con la que aquel enano
opinaba cosas que eran claramente traición delante de Esdorak, pero el seguía
sonriendo- Y creo que la gota que colmó
la vasija fue volver a apoyar a los humanos después de que vuestro pueblo masacrara
al mio. Más de diez mil cabezas de enanos adornando las murallas del Castillo
Ducal no se olvidan así como así.
-Diez mil cabezas de invasores- dijo Joromun, quien había
cortado algunas él mismo
-Sin duda se lo tenían merecido, mi señor elfo, pero hubiese
sido un buen gesto por parte del duque Lenard perdonar la vida a quienes tan
solo habían sido promovidos por un traidor que se le escapó por un despiste.
–“Tryolin” pensó Joromun. El enano fue a terminar su relato-Así que fue todo
eso lo que puso a uno de los miembros del clan de los canteros en el cargo de
druida. Debo decir que, desde que estamos al mando, nuestras tropas son mucho
mas eficientes y fieles, y hemos desarrollado nuevas armas con las que
defendernos de los próximos Tryolin que asomen la cabeza. – “¿Nos amenaza
abiertamente?” no pudo evitar pensar Joromun
-¿Y el anterior druida, que fue de él?- preguntó Esdorak,
sonriéndose, como sabiendo lo que iba a contestar el enano
-Ah, no, no, no, pregunta por pregunta, mi señor, ya estamos
en paz.- dijo el enano.
Esdorak le hizo una señal a Joromun para que se retrasaran.
Joromun pensó que compartiría con él algo importante que los mantendría a
salvo, pero cuando se encontraron sin enanos alrededor, se le acercó al oido y
lo único que le susurró fue “Ese enano me cae bien”. Y emprendió de nuevo la
marcha dejando a Joromun en un mar de confusión y desconfianza
Fin de la primera parte
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