sábado, 14 de julio de 2012

Segundo al mando - 4ª parte


La Sala del Núcleo era una sala ovalada, con un graderío de piedra rodeándola y un altar elevado en uno de sus extremos. Cuando Joromun y Esdorak entraron en ella, el Druida y uno de sus asistentes se hallaban en ese altar, desde el cual se dirigió Su Druididad a los embajadores. El druida era un enano bastante alto para su raza, barbudo hasta casi la cintura, y con un ojo de cristal.
-Es un honor para mi, como Druida y como Mayor de Runas, recibir a los embajadores del duque de los humanos.- “El duque de los humanos, no el duque de Roitril” pensó Joromun
-El honor no es sino mio, mi señor Druida, por recibir vuestra hospitalidad- dijo Joromun haciendo uso de la frase que le había enseñado el chambelán
-Y también es mío el honor, Su Druididad, por que alguien de vuestra posición nos reciba como a iguales- dijo Esdorak, aunque Joromun dudó de que la frase que usara fuera la apropiada. “A ningún grande le gusta que le recuerden que tiene ‘iguales’”
Antes de seguir con el intercambio de frases el Druida se volvió a su asistente, y empezó a intercambiar frases con él. Esdorak hizo lo mismo con Joromun, y para sorpresa del elfo, Esdorak sudaba mucho, pese a su ligera ropa, y las manos le temblaban
-Elfo, ¿cuántos años tenéis, unos 60?
-Si, 56- dijo Joromun, pensando que aquello tendría algún objetivo importante
-¿Alguna vez visteis al anterior Druida?
-Creo que si, de hecho si, estoy seguro, hace casi treinta años, en Mediria
-¿Llevaba barba larga, como el actual Druida?
-Si
-Imagínatelo sin barba y dime que no es el asistente
El barón Crates solía decirle a Joromun que los dioses debían estar de muy mal humor el día que hicieron a los elfos, porque no solo les hicieron casi inmortales, sino que les dotaron de una gran memoria para acordarse de cosas en las que no han pensado en muchos años. Joromun escrutó al asistente, los mismos ojos, el pelo era más blanco, pero habían pasado muchos años, la misma constitución, algo más encorvado: no había duda, era el mismo enano treinta años más viejo
-Es él, sin duda
-Mierda, esto es una trampa. Lo supe desde que el Druida no se ofendió cuando le traté como si fuera nuestro igual. Ese enano no es el Druida, todo esto es solo una trampa para capturarme. ¿Puedes escapar de Cenícea?
-No llevo mis armas
-¿Pero en que mundo vives, elfo? En mi nuca, la empuñadura de una espada, espero que sea suficiente. Yo me quedaré aquí, ya que es a mi a quien quieren. Arriésgate con el desagüe aquel, el estandarte se corrió por accidente, ellos no querían que lo viéramos. Y que no te vean huir por él, o despídete de nuestro acceso a Cenícea- hacía ya casi un minuto que el no Druida y el si Druida miraban a Esdorak, esperando reanudar la conversación, y la desconfianza empezaba a ser visible, tan visible como los soldados enanos que se acercaban descaradamente a ellos con sus manos en la empuñadura de sus espadas. Se hizo un silencio incómodo, largo, casi eterno, hasta que Esdorak gritó- ¡Ahora!
Joromun sacó la espada de la nuca de Esdorak, quien llevaba la vaina de la espada oculta bajo la túnica. Joromun se sorprendió al descubrir que era una de sus propias espadas, y volvió a sentir un escalofrío al pensar en como podría haberse hecho con ella el chambelán. Ambos Druidas, el falso y el verdadero, gritaron “Matad al elfo”; pero Joromun no tenía intención alguna de quedarse a calibrar la habilidad con las espadas de los enanos, y se escurrió entre dos soldados, golpeando a uno con la empuñadura de la espada y matando al otro de un sablazo en el cuello. Por suerte para el elfo, casi todos los guardias se encontraban en la Sala del Núcleo, y una vez salió de ella pudo poner buena distancia entre los guardias enanos y él, ya que no solo tenía las piernas mucho mas largas, sino que además no llevaba armadura ni escudo.
Cuando llegó a la gran boca de alcantarillado, oculta bajo el estandarte de los auténticos dueños del druididato, no pudo sino agradecer a los enanos que fueran tan eficientes en sus farsas, ya que ni un solo habitante de Cenícea se atrevía a pasar por la zona de las grandes casas quemadas. Casi una hora después, y tras perderse cuatro veces en medio de un laberinto de túneles, Joromun salió a la noche de Isla Mina, bajo la ladera de la colina donde se asentaba Cenícea. El elfo se orientó según las estrellas y partió en busca del ejército ducal que se escondía desde hacía días preparado por si había que atacar Cenícea. “Y mas les vale haberse preparado bien”

No hay comentarios:

Publicar un comentario