El ejército ducal, al mando del conde Lecheir, el heredero
del duque Lenard, se encontraba en Isla Mina desde casi una semana antes de que
Joromun y Esdorak viajaran a ella. Según el chambelán, esa era la mejor
oportunidad que tenían de meter a sus tropas en las tierras de los enanos sin
desatar una guerra, porque aún estaban muy ocupados con el cambio de Druida.
“Pero no ha habido cambio de Druida en realidad” pensó Joromun, y por un
momento pensó que los enanos podrían ser conscientes de que el ejército ducal
se encontraba allí, a las espaldas de Cenícea; así que cuando Joromun dio con
las tropas sintió un gran alivio de no encontrarlas hecho pedazos. “Los enanos
no saben que están aquí”
Preguntó a unos soldados muy atareados en jugar a los dados
con una chica, que Joromun imaginó que sería prostituta, donde se encontraba la
tienda del Conde Lecheir en el campamento. Cuando llegó a ella, encontró al
Conde y a sus generales, repasando los planes de batalla alrededor de unas
copas de coñac, o emborrachándose entorno al un destrozado mapa topográfico de
Cenícea, que tenía las piezas que representaban a las tropas en sitios tan
imaginativos como en medio de un lago. “El que no me gusta nada es su hijo,
pienso que en cuanto su padre muera le va a regalar el ducado a los elfos”
recordó Joromun las palabras que le había dicho Esdorak el dia anterior. “Este
débil infeliz no regalaría nada, porque cree que el mundo se ha hecho para él,
pero se lo arrebatarían sin el menor de los problemas”. Lecheir estaba algo
fondón, vestía sus mejores joyas incluso aunque llevara su armadura, jamás se
le veía mal afeitado y sus manos temblaban constantemente
-Joromun, estimado embajador. No os esperábamos tan pronto-
dijo tranquilamente cuando vio al elfo entrar en su tienda- Pero, ¿Y Esdorak?
-Secuestrado o muerto
-¿Como es posible?- Joromun no notó sorpresa, ni siquiera
temor en los ojos del Conde, pero si un brillo que no le gustó nada. Esdorak no
sería su amigo, ni siquiera confiaba en él, pero había sido fiel al duque
muchos años, y era el hombre que mantenía la paz sobre todos los reinos.
-El Druida lo tiene, todo era una pantomima para capturarle,
o matarle
-Muy bien- dijo el Conde, y se puso de pié, se tambaleó un
poco, y dijo – Mi padre valora mucho a su chambelán, y su muerte podría agravar
su enfermedad. Mañana, con la primera luz del Sol, asaltaremos Cenícea- sus
generales brindaron con él por la inminente carnicería
-¿Alguno de ustedes ha visto esa ciudad de cerca?- dijo
Joromun. Uno de los generales mas borrachos escupió, tosió, volvió a escupir y
le contestó
-Es una mierda de ciudad enana, con muros bajitos tamaño enano.
Ni siquiera necesitaremos arietes o catapultas, solamente buenas piernas para
saltar, ¿eh?- casi todos los generales, y el propio conde, le rieron la gracia,
pero también hubo algunos que salieron precipitadamente de la tienda,
intentando no ser parte de aquello
-Mi señor conde, ¿puedo hablar a solas con vos un momento?-
dijo Joromun esperando que así el conde entrara en razón. Con visible disgusto,
Lecheir despachó a todos sus generales y se quedó a solas con el elfo
-Hablad, y ser directo y breve, no tengo la mente para
protocolos
-Muy bien. Es una locura atacar esa ciudad, moriríamos todos
en el primer choque. Está demasiado bien defendida, no es como las ciudades
enanas de Mediria o Roitril. Y los enanos tienen en ella a casi tantos hombres
como nosotros aquí fuera
-¿Y que sugerís?
-Sacar a Esdorak de noche, con un grupo reducido, y matar a
ambos Druidas, el verdadero y el falso. La gente de Cenícea está asustada, pero
con ellos muertos no se lo pensarían a la hora de atacar a su propio gobierno.
Entonces llegaríamos nosotros para celebrar el nombramiento de un nuevo Druida
aliado
-Las ordenes de Esdorak eran atacar Cenícea si no
persuadíais a los usurpadores de dejar el poder. No pretenderéis saber mas que
él
-Esdorak pensaba que Cenicea se hallaría con un contingente
de guardias reducido, y de dudosa fidelidad. Pero en ella hay un auténtico
ejército, que tienen muy claro a quien son fieles, y lo único a nuestro favor
es que su pueblo está demasiado atemorizado. Solo haría falta algo que les
diera valor y lucharían contra los Druidas sin duda
El Conde paseó por la tienda un rato y finalmente sentenció
–Atacaremos. Si hacemos eso que decís no solo seremos unos cobardes, sino que
perderemos muchos buenos hombres en una tarea que lleva al fracaso. Salvo que
todo esto no sea mas que un plan de Esdorak y aparezca por aquí esta noche con
las cabezas de los Druidas, atacaremos Cenícea al amanecer
“No si yo lo impido” pensó Joromun mientras salía de la
tienda. Se había fijado en la ropa del primero de los generales de Lecheir que
salió de la tienda cuando este dijo que atacarían Cenícea, y no tardó en dar
con él. Era un hombre gordo, y Joromun no se dio cuenta de que lo conocía hasta
que le vio de frente
-¡Balidein!- dijo al antiguo gobernador de Bolial –¿Por todos
los dioses, que hacemos dos elfos en esta locura de humanos?
-Ja, ja, muchacho, o bueno, nada de muchacho, ya eres todo
un guerrero. Ya ves, ¿como podemos tener esta mala suerte? Siempre que tu y yo
nos vemos estamos metidos en un lío bien gordo. La última vez algún enviado de
los dioses nos salvó – y le guiñó un ojo a Joromun, que se sintió mas relajado
al suponer de labios de quien sabía Esdorak que había matado a los príncipes
élficos – ojalá los dioses nos le vuelvan a enviar. ¿Tienes algo pensado?
-Creo que si, pero necesito gente obediente, sigilosa, sin
miedo y sin escrúpulos. Y también alguien que conozca a la gente de Cenícea
-Mmm, y en caso de que estuviéramos hablando de algo, que no
lo hacemos, claro, ¿cuando tiempo tendría yo para encontrarte a esa gente?
-Dos horas, las que quedan hasta que caiga la noche y
nuestro amado conde se vaya a dormir
-Creía que venias a proponerme un reto, en dos horas sería
capaz de encontrarte a los cabrones mas obedientes, sigilosos, valientes y lo
otro que sea que has dicho del mundo. Lo difícil va a ser encontrar a alguien
que sepa como funcionan las cosas en Cenícea
-Pero se que tu podrás- y las papadas de Balidein temblaron al echarse a
reír
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