jueves, 19 de julio de 2012

Segundo al mando - parte final


Parte final

Aún no había caído la noche cuando el campamento del ejército ducal se fue a dormir, y el general Balidein se presentó ante Joromun con seis hombres.
-Estos cinco son capaces de deslizarte detrás tuya a pleno dia y con la armadura puesta que no los oirás llegar- dijo señalando a cinco de sus acompañantes, los cuales, a opinión de Joromun, daban bastante miedo –Y este es el único hombre de todo el campamento que alguna vez ha vivido en Cenicea – y señaló a un hombre rubio, bajito y sin nariz- Lo malo es que tiene un problema
-¿Qué problema?- preguntó Joromun
-Pues que no tiene lengua y no sabe escribir, así que no podrá hablar por vos
-¿Sabréis entregar una carta?- preguntó Joromun al mudo, el cual asintió varias veces- Cuando estemos dentro de Cenícea ya te indicaré lo que debes hacer
-Pues en marcha, ¿no?- dijo Balidein
-¿También venís vos?
-Soy tan sigiloso como cualquiera de vosotros, y puede que hasta aprendas algo de mi-
Joromun sonrió y esperó que realmente Balidein le pudiera enseñar algo aquella noche “A no morir, ni a empeorar las cosas, por ejemplo”
Los ocho hombres salieron del campamento en silencio, sin ser visto por ninguno de los hombres que hacían guardia, y fueron guiados por Joromun a la alcantarilla por la que él había salido de Cenícea. “Que siga desierta, por los dioses” rezó Joromun. El elfo pensó que los dioses debían escucharle, porque tan solo encontraron ratas en su camino. Cuando llegaron a Cenicea ordenó a dos de los hombres de Balidein que montaran guardia en la alcantarilla, por si a los enanos se les ocurría pensar que las estaban usando como vía de acceso y escape.
-Soldado- dijo Joromun al mudo –Busca donde quedarte esta noche, sin que te descubran, y al amanecer, cuando doblen las campanas del Núcleo, entrégale esta carta a algún jefe de clan que sea enemigo de los Druidas y amigo de los humanos
El mudo asintió y en menos de dos segundos ya se había perdido entre las sombras
-Ahora nos toca a nosotros- le dijo Joromun a Balidein.
Entre los cinco que quedaban se encargaron de las patrullas de guardias que vigilaban la Torre del Núcleo, y consiguieron que no pudieran dar la alarma. Uno de los hombres de Balidein le dijo a Joromun
-Mi señor, he conseguido echar una ojeada por dentro desde una de las saeteras de los muros. Entrar ahí es una locura-
-Tan solo yo entraré. Vosotros tres eliminad a cualquiera que pase por aquí, Balidein y yo buscaremos una forma de trepar a la torre
-En la parte norte es donde yo he escalado- dijo el hombre que le había informado
No les costó mucho tiempo dar con una forma de llegar a lo alto del bastión, pero fue bastante difícil ya que tuvieron que hacerlo con materiales improvisados. Usaron una cuerda que llevaba Balidein atada a la espada de Joromun para lanzarla sobre los muros y tener un buen anclaje. La cosa no funcionó mal con Joromun, pero cuando Balidein intentó subir por la cuerda esta estuvo a punto de romperse, y Joromun tuvo que despedirse de su espada, que se había doblado casi a la mitad por el peso del general.
-¿Y ahora que?- preguntó Joromun mientras calibraba una espada que le había prestado Balidein para sustituir a la rota
-Ahora os voy a enseñar algo que aprendí con los dracónicos
-¿Así que os quedasteis con los dracónicos después de lo de Bolial?
-Si, pensé que sería cuestión de tiempo que los otros príncipes atacaran a los reptiles, y que sería útil tener información sobre ellos. Cuando me enteré de que fueron los humanos los que acabaron con aquellos invasores, decidí que estaría mejor al servicio de alguien que no tuviera miedo de levantar su espada contra los que arrasaban su pueblo, y entré al servicio de un tal Crimaud
-Ja, ja, ¿Bromeáis, no es cierto?
-En absoluto
-Yo serví a Crimaud antes de servir al propio duque
-Así que erais vos ese elfo del que a veces me hablaba. Menudas cosas contaba de vos
-Por lo que supe se le fue la cabeza después de una enfermedad, así que casi todo serían delirios
-¿También lo de que matasteis a Edai Gan?
-Eso no
-¿A lomos de un dragón?
-¿En serio dijo eso?
-Eso decía. Pobre demente, si todo esto sale bien volveré a su servicio
-Si tuviera una copa, brindaría por eso. Bueno, ¿y que os enseñaron los dracónicos?
-Tienen unos asesinos muy eficientes, mirad y aprended.- el gordo elfo buscó por el tejado algún acceso de luz que diera a la habitación de los Druidas. Cuando dieron con él vieron en la habitación a los dos Druidas, dormidos en grandes camas, y a su lado, en otra mas pequeña, a Oydeon
-¿Por qué duermen aquí?- preguntó Joromun
-Miedo. Aquí se sienten a salvo, sino se irían a sus lujosas casas  donde cada uno tiene una habitación diez veces mayor que esta. Ahora mirad- dijo el general
Balidein sacó de un bolsillo un rollo de hilo, fino y brillante, como recubierto de cobre. Lo fue dejando caer por el lucernario poco a poco, hasta que colgaba a escasos centímetros de la boca de uno de los Druidas. Después se sacó de otro bolsillo un frasquito, con un líquido transparente dentro, y lo dejó caer unas gotas de él a través del hilo. En poco tiempo cayeron en la boca del Druida
-Es Sueño Del Reino, solo tiene que manchar tus labios y puedes darte por muerto. Ahora tengo que ser rápido y matar al otro antes de que este empiece a ahogarse y les despierte con su agonía. Mientras tu cuélate por aquella ventana del muro y encárgate de Oydeon. Te veré en la alcantarilla
Joromun se dejó caer por el muro de la torre y se coló en la habitación de los Druidas. Cogió la espada prestada y se la puso a Oydeon en el cuello. El antiguo heraldo se despertó bruscamente y estaba a punto de dar la voz de alarma cuando sintió el acero en su cuello. Joromun lo puso en pie y lo arrinconó en la pared, mientras esperaba pacientemente
-¿A que esperas?- le preguntó el enano. Tras ellos se empezaron a oír toses y sonidos agónicos provenientes de los Druidas. En unos minutos ya no emitían ninguno y Joromun notó que la figura de Balidein ya no se veía sobre el lucernario de la habitación
-Ahora no tienes señor, y por la mañana toda la ciudad lo sabrá y se enfrentará a vosotros. Tu eres el máximo representante del druididato ahora, y tuya será la cabeza que quieran. Te doy dos opciones: quédate y muere, o ayúdame a escapar con Esdorak y huye a donde te plazca
Cuando a un enemigo se le dan esas dos salidas se ve fácilmente que tipo de hombre es, y Oydeon era de los que apreciaba mucho mas su vida que su honor. “Tan rata como Tryolin”. Joromun se sorprendió al ver la facilidad con la que el enano le llevó hasta la mazmorra donde tenían a Esdorak, sin agua ni comida, a través de pasajes ocultos. La misma facilidad con la que los llevó a una salida de la ciudad, que conectaba con la alcantarilla que ellos habían usado, pero que no habían podido usar para acceder al castillo porque estaba cerrada con llave. El enano abrió la puerta, y los tres pasaron. Esdorak se apoyaba sobre Joromun, y no decía nada coherente. Según pasaron por la puerta el enano se volvió para cerrarla, y Joromun , sintiéndose más a salvo, sacó un pellejo con agua para dar de beber a Esdorak. El chambelán bebió, tosió y volvió a beber, y se encontró con fuerzas para poder beber y caminar sin ayuda. Ya cantaba victoria Joromun cuando Oydeon le intentó apuñalar con una daga que llevaba oculta en la bota, pero solo consiguió rozarle. Cuando el elfo desenvainó su espada para matar al enano, este se hallaba ya al otro lado de la reja cerrada
-A ver que tal resistes el veneno de mi daga, bufón- y se marchó, supuso Joromun, en busca de alguna otra salida secreta
Joromún pensó, de primeras, que lo del veneno se trataba de una bravuconada del enano, pero cuando estaban ya cerca de la salida del alcantarillado se empezó a marear y a encontrar realmente enfermo. Esdorak gritó pidiendo ayuda y Balidein y sus hombres no tardaron en aparecer
-Hay que llevarle al campamento, sin demora- dijo el chambelán
-¡No¡- gritó Joromun- Tú debes llegar al campamento sin demora, debes decirle al conde que suspenda el ataque. Vamos, guiarle, corred
Los hombres de Balidein se fueron con Esdorak al campamento, pero el general se quedó con Joromun
-Vamos, muchacho, no mueras. Resiste hasta que venga ayuda
-¿Otra ayuda de los dioses?
-Si los dioses no pueden ayudarnos de nuevo, prescindiremos de su ayuda- y el gordo y anciano elfo se cargó a las espaldas con el peso muerto de Joromun y lo intentó llevar al campamento. Las tinieblas vinieron a Joromun antes de llegar siquiera a ver el campamento

-¿Dónde estoy?- dijo Joromun. Se encontraba en una habitación desconocida, de algún castillo, construido al gusto de los humanos, pero decorado al gusto de los trasgos. Cuando pudo entornar bien la vista vio frente a él a Baragh
-Mi señora, ¿Qué hago aquí?
-¿Ahora me hablas con respeto?
-Eres baronesa
-Y tu barón, aunque jamás hayas querido asumir el mando de tus tierras. Tu castellano me visita muy a menudo a pedir consejo, creo que te odia
-Tiene sus motivos. ¿Este es tu bastión?
-Torre. No todos tuvimos tu suerte cuando el duque repartió las tierras de Tryolin
-Eso, parece resentimiento
-Puede ser. ¿Podéis leer?
-Creo que no, me mareo
-Entonces os leeré yo. “Estimado barón Joromun. En agradecimiento por su servicio hacía mi persona y hacia el ducado, le premio con dos mil diamantes de oro y doy por concluido su servicio en mi ejército. Como amigo mío que le considero, le aconsejo que vaya a su bastión, el cual tiene ricas tierras, y se encargue de dejarle a esas tierras herederos tan fieles como usted al ducado. Deje la vida de soldado. Firmado: Duque Lenard”
-Vaya, el duque preocupado por mi salud
-Has estado a punto de morir
-Y mas de una vez
-¿Qué vas a hacer?
-Pues me gustaría aprovechar tu hospitalidad hasta que me recupero
-Por supuesto, ¿y luego?
-Me gustaría oír que pasó al final en Cenícea
-Claro, ¿y luego?. ¿Con lo que te aconseja el duque?. ¿Volverás al ejército?
-Creo que el duque es un hombre muy sabio. Quizá sea el momento de ir a mi bastión y hacer unos pocos herederos que lo disfruten
-Brindo por eso- le dijo Baragh sonriendo

(Esdorak consiguió llegar a tiempo al campamento, y los humanos no atacaron Cenícea. El soldado mudo siguió las órdenes de Joromun y los enanos se volvieron contra sus gobernantes. El actual Druida es un hombre amante de la paz y amigo de los humanos, que siguen manteniendo al mundo en paz. El conde Lecheir pidió la cabeza de Joromun por desobedecer a su primero al mando, pero su padre le prohibió hacerlo)

(En cuanto a Joromun, puede que se tome unas vacaciones, pero la cabra tira al monte, y acabará volviendo a protagonizar estos relatos)

miércoles, 18 de julio de 2012

Segundo al mando - 5ª parte


El ejército ducal, al mando del conde Lecheir, el heredero del duque Lenard, se encontraba en Isla Mina desde casi una semana antes de que Joromun y Esdorak viajaran a ella. Según el chambelán, esa era la mejor oportunidad que tenían de meter a sus tropas en las tierras de los enanos sin desatar una guerra, porque aún estaban muy ocupados con el cambio de Druida. “Pero no ha habido cambio de Druida en realidad” pensó Joromun, y por un momento pensó que los enanos podrían ser conscientes de que el ejército ducal se encontraba allí, a las espaldas de Cenícea; así que cuando Joromun dio con las tropas sintió un gran alivio de no encontrarlas hecho pedazos. “Los enanos no saben que están aquí”
Preguntó a unos soldados muy atareados en jugar a los dados con una chica, que Joromun imaginó que sería prostituta, donde se encontraba la tienda del Conde Lecheir en el campamento. Cuando llegó a ella, encontró al Conde y a sus generales, repasando los planes de batalla alrededor de unas copas de coñac, o emborrachándose entorno al un destrozado mapa topográfico de Cenícea, que tenía las piezas que representaban a las tropas en sitios tan imaginativos como en medio de un lago. “El que no me gusta nada es su hijo, pienso que en cuanto su padre muera le va a regalar el ducado a los elfos” recordó Joromun las palabras que le había dicho Esdorak el dia anterior. “Este débil infeliz no regalaría nada, porque cree que el mundo se ha hecho para él, pero se lo arrebatarían sin el menor de los problemas”. Lecheir estaba algo fondón, vestía sus mejores joyas incluso aunque llevara su armadura, jamás se le veía mal afeitado y sus manos temblaban constantemente
-Joromun, estimado embajador. No os esperábamos tan pronto- dijo tranquilamente cuando vio al elfo entrar en su tienda- Pero, ¿Y Esdorak?
-Secuestrado o muerto
-¿Como es posible?- Joromun no notó sorpresa, ni siquiera temor en los ojos del Conde, pero si un brillo que no le gustó nada. Esdorak no sería su amigo, ni siquiera confiaba en él, pero había sido fiel al duque muchos años, y era el hombre que mantenía la paz sobre todos los reinos.
-El Druida lo tiene, todo era una pantomima para capturarle, o matarle
-Muy bien- dijo el Conde, y se puso de pié, se tambaleó un poco, y dijo – Mi padre valora mucho a su chambelán, y su muerte podría agravar su enfermedad. Mañana, con la primera luz del Sol, asaltaremos Cenícea- sus generales brindaron con él por la inminente carnicería
-¿Alguno de ustedes ha visto esa ciudad de cerca?- dijo Joromun. Uno de los generales mas borrachos escupió, tosió, volvió a escupir y le contestó
-Es una mierda de ciudad enana, con muros bajitos tamaño enano. Ni siquiera necesitaremos arietes o catapultas, solamente buenas piernas para saltar, ¿eh?- casi todos los generales, y el propio conde, le rieron la gracia, pero también hubo algunos que salieron precipitadamente de la tienda, intentando no ser parte de aquello
-Mi señor conde, ¿puedo hablar a solas con vos un momento?- dijo Joromun esperando que así el conde entrara en razón. Con visible disgusto, Lecheir despachó a todos sus generales y se quedó a solas con el elfo
-Hablad, y ser directo y breve, no tengo la mente para protocolos
-Muy bien. Es una locura atacar esa ciudad, moriríamos todos en el primer choque. Está demasiado bien defendida, no es como las ciudades enanas de Mediria o Roitril. Y los enanos tienen en ella a casi tantos hombres como nosotros aquí fuera
-¿Y que sugerís?
-Sacar a Esdorak de noche, con un grupo reducido, y matar a ambos Druidas, el verdadero y el falso. La gente de Cenícea está asustada, pero con ellos muertos no se lo pensarían a la hora de atacar a su propio gobierno. Entonces llegaríamos nosotros para celebrar el nombramiento de un nuevo Druida aliado
-Las ordenes de Esdorak eran atacar Cenícea si no persuadíais a los usurpadores de dejar el poder. No pretenderéis saber mas que él
-Esdorak pensaba que Cenicea se hallaría con un contingente de guardias reducido, y de dudosa fidelidad. Pero en ella hay un auténtico ejército, que tienen muy claro a quien son fieles, y lo único a nuestro favor es que su pueblo está demasiado atemorizado. Solo haría falta algo que les diera valor y lucharían contra los Druidas sin duda
El Conde paseó por la tienda un rato y finalmente sentenció –Atacaremos. Si hacemos eso que decís no solo seremos unos cobardes, sino que perderemos muchos buenos hombres en una tarea que lleva al fracaso. Salvo que todo esto no sea mas que un plan de Esdorak y aparezca por aquí esta noche con las cabezas de los Druidas, atacaremos Cenícea al amanecer
“No si yo lo impido” pensó Joromun mientras salía de la tienda. Se había fijado en la ropa del primero de los generales de Lecheir que salió de la tienda cuando este dijo que atacarían Cenícea, y no tardó en dar con él. Era un hombre gordo, y Joromun no se dio cuenta de que lo conocía hasta que le vio de frente
-¡Balidein!- dijo al antiguo gobernador de Bolial –¿Por todos los dioses, que hacemos dos elfos en esta locura de humanos?
-Ja, ja, muchacho, o bueno, nada de muchacho, ya eres todo un guerrero. Ya ves, ¿como podemos tener esta mala suerte? Siempre que tu y yo nos vemos estamos metidos en un lío bien gordo. La última vez algún enviado de los dioses nos salvó – y le guiñó un ojo a Joromun, que se sintió mas relajado al suponer de labios de quien sabía Esdorak que había matado a los príncipes élficos – ojalá los dioses nos le vuelvan a enviar. ¿Tienes algo pensado?
-Creo que si, pero necesito gente obediente, sigilosa, sin miedo y sin escrúpulos. Y también alguien que conozca a la gente de Cenícea
-Mmm, y en caso de que estuviéramos hablando de algo, que no lo hacemos, claro, ¿cuando tiempo tendría yo para encontrarte a esa gente?
-Dos horas, las que quedan hasta que caiga la noche y nuestro amado conde se vaya a dormir
-Creía que venias a proponerme un reto, en dos horas sería capaz de encontrarte a los cabrones mas obedientes, sigilosos, valientes y lo otro que sea que has dicho del mundo. Lo difícil va a ser encontrar a alguien que sepa como funcionan las cosas en Cenícea
-Pero se que tu podrás- y las papadas de Balidein temblaron al echarse a reír

sábado, 14 de julio de 2012

Segundo al mando - 4ª parte


La Sala del Núcleo era una sala ovalada, con un graderío de piedra rodeándola y un altar elevado en uno de sus extremos. Cuando Joromun y Esdorak entraron en ella, el Druida y uno de sus asistentes se hallaban en ese altar, desde el cual se dirigió Su Druididad a los embajadores. El druida era un enano bastante alto para su raza, barbudo hasta casi la cintura, y con un ojo de cristal.
-Es un honor para mi, como Druida y como Mayor de Runas, recibir a los embajadores del duque de los humanos.- “El duque de los humanos, no el duque de Roitril” pensó Joromun
-El honor no es sino mio, mi señor Druida, por recibir vuestra hospitalidad- dijo Joromun haciendo uso de la frase que le había enseñado el chambelán
-Y también es mío el honor, Su Druididad, por que alguien de vuestra posición nos reciba como a iguales- dijo Esdorak, aunque Joromun dudó de que la frase que usara fuera la apropiada. “A ningún grande le gusta que le recuerden que tiene ‘iguales’”
Antes de seguir con el intercambio de frases el Druida se volvió a su asistente, y empezó a intercambiar frases con él. Esdorak hizo lo mismo con Joromun, y para sorpresa del elfo, Esdorak sudaba mucho, pese a su ligera ropa, y las manos le temblaban
-Elfo, ¿cuántos años tenéis, unos 60?
-Si, 56- dijo Joromun, pensando que aquello tendría algún objetivo importante
-¿Alguna vez visteis al anterior Druida?
-Creo que si, de hecho si, estoy seguro, hace casi treinta años, en Mediria
-¿Llevaba barba larga, como el actual Druida?
-Si
-Imagínatelo sin barba y dime que no es el asistente
El barón Crates solía decirle a Joromun que los dioses debían estar de muy mal humor el día que hicieron a los elfos, porque no solo les hicieron casi inmortales, sino que les dotaron de una gran memoria para acordarse de cosas en las que no han pensado en muchos años. Joromun escrutó al asistente, los mismos ojos, el pelo era más blanco, pero habían pasado muchos años, la misma constitución, algo más encorvado: no había duda, era el mismo enano treinta años más viejo
-Es él, sin duda
-Mierda, esto es una trampa. Lo supe desde que el Druida no se ofendió cuando le traté como si fuera nuestro igual. Ese enano no es el Druida, todo esto es solo una trampa para capturarme. ¿Puedes escapar de Cenícea?
-No llevo mis armas
-¿Pero en que mundo vives, elfo? En mi nuca, la empuñadura de una espada, espero que sea suficiente. Yo me quedaré aquí, ya que es a mi a quien quieren. Arriésgate con el desagüe aquel, el estandarte se corrió por accidente, ellos no querían que lo viéramos. Y que no te vean huir por él, o despídete de nuestro acceso a Cenícea- hacía ya casi un minuto que el no Druida y el si Druida miraban a Esdorak, esperando reanudar la conversación, y la desconfianza empezaba a ser visible, tan visible como los soldados enanos que se acercaban descaradamente a ellos con sus manos en la empuñadura de sus espadas. Se hizo un silencio incómodo, largo, casi eterno, hasta que Esdorak gritó- ¡Ahora!
Joromun sacó la espada de la nuca de Esdorak, quien llevaba la vaina de la espada oculta bajo la túnica. Joromun se sorprendió al descubrir que era una de sus propias espadas, y volvió a sentir un escalofrío al pensar en como podría haberse hecho con ella el chambelán. Ambos Druidas, el falso y el verdadero, gritaron “Matad al elfo”; pero Joromun no tenía intención alguna de quedarse a calibrar la habilidad con las espadas de los enanos, y se escurrió entre dos soldados, golpeando a uno con la empuñadura de la espada y matando al otro de un sablazo en el cuello. Por suerte para el elfo, casi todos los guardias se encontraban en la Sala del Núcleo, y una vez salió de ella pudo poner buena distancia entre los guardias enanos y él, ya que no solo tenía las piernas mucho mas largas, sino que además no llevaba armadura ni escudo.
Cuando llegó a la gran boca de alcantarillado, oculta bajo el estandarte de los auténticos dueños del druididato, no pudo sino agradecer a los enanos que fueran tan eficientes en sus farsas, ya que ni un solo habitante de Cenícea se atrevía a pasar por la zona de las grandes casas quemadas. Casi una hora después, y tras perderse cuatro veces en medio de un laberinto de túneles, Joromun salió a la noche de Isla Mina, bajo la ladera de la colina donde se asentaba Cenícea. El elfo se orientó según las estrellas y partió en busca del ejército ducal que se escondía desde hacía días preparado por si había que atacar Cenícea. “Y mas les vale haberse preparado bien”

viernes, 13 de julio de 2012

Segundo al mando - 3ª parte


Segundo al mando – 3ª parte

El Druida no era solo el líder político de Cenícea, sino que también llevaba consigo el cargo de rebuscado nombre de Mayor de Runas, que traía consigo el liderazgo espiritual. Ya que el cargo de Esdorak de chambelán también traía consigo un importante puesto en la Iglesia del Diamante de los dioses humanos este consideró apropiado vestirse con las ropas de religioso, algo que no le parecía muy buena idea a Joromun, ya que sabía que ,si bien los enanos no son muy religiosos, no se toman a bien ninguna religión que no sea la suya. Ya que Esdorak representaría ante el Druida al poder religioso de los humanos, Joromun debía representar al poder militar, así que se vistió con un incómodo traje ceremonial de general que el duque había ordenado diseñar para él. El traje consistía en botas altas, parecidas a las que Joromun usaba casi siempre, pero que le mantendrían caliente hasta en la nieve, calzón rojo relleno de algo que parecían tablones de madera, con la corona ducal bordada, una pesada túnica azul marino, con broches de plata, y un ridículo sombrero negro, obviamente diseñado para un humano, pues las orejas puntiagudas de Joromun no entraban en él con facilidad.
Joromun maldijo a los difuntos del duque y del chambelán cuando vio la ropa que este llevaba, una sencilla túnica de seda blanca acompañada de calzón y zapatos negros, que se veían muy cómodos. El único adorno de la ropa del chambelán era un bordado en oro en forma de diamante sobre el lugar donde debería estar su corazón, si es que lo tenía.
-¿Listo para entrevistarte con el Druida?- le dijo Esdorak que se encontraba sentado en un banco fuera del cuarto que le habían proporcionado a Joromun, en su típica pose con las piernas abiertas, los codos apoyados sobre las rodillas, las manos cruzadas y las mejillas apoyadas sobre las muñecas, lo cual le arrugaba la cara hasta el punto que sus ojos parecían solo dos rendijas negras.
-Casi, ¿Cómo debo referirme a él?- preguntó Joromun
-Como Su Druididad
-¿En serio?- Joromun ya estaba cansado del humor de Esdorak
-Pues si, en serio. Yo no hice a los enanos así de imbéciles, aunque seguro que si preguntas a quien sea también me culpan de eso. Si no te suena muy rebuscado dile “Mi señor Druida”, así al menos no te descojonaras en su cara intentando recordar lo de Druididad.
-¿Y es el Druida...?
-Druida. Los druidas no tienen nombre, o bueno, lo tienen, pero lo dejan atrás cuando se convierten en el Druida. Te diría su nombre, pero tu eres capaz de empezar a compadrearte con él.
-Hay que tener amigos hasta en los infiernos, y llamarlos por su nombre
-Yo tengo amigos hasta en el más recóndito de los infiernos, y te aseguro que allí es mucho mas fácil hacer amigos que en Cenícea. Vamos- Esdorak se levantó con agilidad y se encaminó seguido de Joromun hasta la Sala del Núcleo, el gran salón del Druida
-Creí que a los religiosos humanos no se os permitía tener tratos con gente de los infiernos- dijo Joromun sonriendo mientras caminaban
-¿Intentas jugar a ser yo?, eres mas interesante de lo que pensaba-
-¿Os intereso, chambelán? Iré ahorrando para un buen escultor que talle mi cara en mi tumba- Esdorak se detuvo de golpe y miró a Joromun con visible enfado
-Recuerda que estamos del mismo bando, elfo
-Si, el bando de los ganadores. ¿Qué pasará cuando empecemos a perder?-
-Ese dia, espero no encontrarme contigo en el campo de batalla.- y ambos siguieron caminando hacia la Sala del Núcleo. “Es decir, que más me vale hacer que siga siendo el duque Lenard quien tenga la hegemonía o seré testigo de la rapidez con la que Esdorak cambia de bando” pensó Joromun.
-¿Sois fiel a alguien mas que a vos mismo?- tuvo que preguntar. No tenía miedo de Esdorak, ya que si él era maestro en engaños Joromun no andaba corto en estos. “Y yo no necesito a alguien que mate por mi”
-Si, soy fiel al duque. Y mientras el duque siga dejando que yo me encargue del ducado seguiré siéndole fiel. El que no me gusta nada es su hijo, pienso que en cuanto su padre muera le va a regalar el ducado a los elfos. No os lo toméis a mal, Joromun, pero pienso que los humanos, al ser los que menos importancia le hemos dado a la pureza de sangre, somos la raza que mejor se ha adaptado al mundo, y que ya va siendo hora de que este nos pertenezca-
-Desde la caída de Edai Gan os pertenece
-Muy buen trabajo aquel, por cierto. A ver, seré claro, ¿Qué nos pasó a todas las razas cuando El Reino dominaba?
-Nos vimos jodidos por los reptiles
-Muy bien. Ahora somos los humanos los que tenemos el dominio de todas las diferentes regiones, ¿Hemos jodido a los elfos, a los enanos, a los trasgos, incluso a los reptiles o a los gavens de quienes no te puedes fiar nunca?
-Supongo que soy un claro ejemplo de que no
-¿Y crees que pasaría igual si la raza dominante fuera otra?,  ¿Sabes por que Oydeon te odia tanto?- Joromun negó con la cabeza- Pues porque los elfos le tenían de heraldo, pero a las espaldas le llamaban bufón, y cuando tu les serviste a los reptiles aquel castillo en bandeja de plata, sus nuevos amos ya no le llamaban bufón a sus espaldas, sino en su cara.
“¿Cómo puede saber aquello?, ni siquiera el barón Crimaud sabía que yo había matado a los príncipes élficos”
-¿Sigues sin tenerme miedo?-le dijo Esdorak mientras le daba la espalda y entraba en la Sala del Núcleo. “¿Cómo sabe que no le temía?, pero, y ahora ¿Le temo?”

jueves, 12 de julio de 2012

Segundo al mando- 2ª parte


Segundo al mando – 2ª parte

Cenícea no se parecía en nada a lo que uno puede imaginarse como una ciudad enana; Joromun había visto algunas, tanto en Mediria como en Roitril, y solían ser de un petulante que tiraban para atrás: puertas de las mas finas maderas revestidas con delgadas chapas de oro macizo grabadas con motivos de guerra donde los enanos derrotaban a los elfos, los edificios de las clases bajas estaban hechos de ladrillo sin cocer revestido de barro grabado con motivos de guerra donde los enanos derrotaban a los humanos, las grandes casas nobles estaban hechas a base de grandes sillares en cada uno de los cuales se podían apreciar grabados de motivos de guerra donde los enanos derrotaban a los gavens, y casi todas las ciudades enanas solían crecer en torno a una gran torre, la cual se extendía varios pisos bajo el suelo y muchos mas sobre él, construida con dos muros paralelos de sillares rellenos de “cemento enano” y que por el exterior estaban decorados con miles de azulejos que formaban motivos de guerra donde los enanos derrotaban a los dracónicos.
Pero Cenícea era completamente distinta, las puertas de la ciudad por las que pasaron Oydeon, Esdorak y Joromun al entrar en ella eran de grueso acero macizo, y el único grabado que presentaban era el que le habían dejado los arietes y las catapultas durante mil años en los cuales la ciudad jamás había caído ante un invasor. La muralla exterior que rodeaba la ciudad estaba hecha a base de sillares de piedra, y si en su dia tuvieron algún grabado, el viento de las colinas de Isla Mina se había encargado de borrarlo, dejando solamente una muralla de fea piedra de un tono marrón. Cuando los guardias de la puerta les brindaron el paso, Esdorak y Joromun iban tras la comitiva enana de Oydeon, que no les dejaba ver nada de la plaza a la que daba acceso la puerta de acero, pero Joromun escuchó con claridad voces de niños, de los cuales no quedaba ni rastro cuando pudieron ver la plaza con claridad. Las casas de las clases bajas eran idénticas a las que Joromun había visto en otras ciudades enanas, de adobe revestido con barro y techos de paja, pero estas parecían haberse reconstruido cientos de veces, y el único grabado que tenían eran unas runas enanas sobre las puertas, indicando el nombre de la familia que habitaba la casa. Joromun ya volvía a mirar al frente cuando un movimiento repentino le hizo mirar de nuevo hacia las casas: en las ventanas vio a mujeres enanas y a sus hijos, y se preguntó a quién tendrían tanto miedo, si a dos embajadores del duque o a los nuevos dueños de Cenicea, el clan de los canteros. Unos doscientos metros mas de lenta marcha a caballo por las estrechas y retorcidas calles de Cenícea les hicieron pasar bordeando lo que debía ser la zona de las casas nobles, pero Joromun no pudo juzgar si estas se parecían o no a las que ya conocía de otras ciudades, porque estaban consumidas por las llamas
-Elfo, no pierdas detalle de eso- le dijo Esdorak mientras observaba las casas destrozadas. Joromun pensó que le señalaba a un estandarte quemado entre los escombros, el cual representaba el mazo del clan de los madereros, pero después se fijó en que lo que le señalaba era una boca de alcantarilla, semioculta por el estandarte,  por la que podrían entrar perfectamente tres hombres con sus caballos, y que evidentemente había estado oculta hasta que la estructura que la tapaba ardió. Joromun asintió con la cabeza a Esdorak y memorizó el lugar de la ciudad donde se encontraba el acceso. “Un kilómetro al norte de la puerta, trescientos metros al este de la muralla”.
Tras dos interminables horas más de ceremoniosa cabalgata, llegaron a lo que los enanos llamaban Tor Dorok, o Torre Núcleo, que era el edificio en torno al cual nacían sus ciudades. Pero la Torre Núcleo de Cenícea no era tal torre, sino el bastión más imponente que Joromun hubiese visto nunca, y no por lo alto, pues tan solo tendría dos plantas sobre tierra, ni por lo extenso, pues había visto simples palacios mas grandes, sino por lo increíble que era que algo tan pesado, fabricado en hierro macizo, y al que las distintas estancias en lugar de adosárselas se las habían ido soldando a fuego, se mantuviese en pie. Tras el monstruo de hierro se encontraba una colina sobre la cual se apoyaba, y que Joromun supuso que haría las veces de pilar maestro.
-Pone los pelos de punta, ¿no es cierto?- les dijo Oydeon a los embajadores. A Joromun no le gustaba ni un poquito la habilidad del enano para aparecer al lado de alguien sin que este le notara llegar
-Casi tanto como vos- tuvo que reconocerle al anciano enano. La forma hiriente y despreocupada en que se lo dijo le recordó a la forma de hablar de Esdorak, y antes de que pudiera borrar ese pensamiento de su mente vio como el chambelán le miraba sonriendo, como con orgullo, de la misma manera que un maestro mirara a su alumno favorito.
“Jamás” se dijo a si mismo Joromun

martes, 10 de julio de 2012

Segundo al mando- primera parte


Segundo al mando

Un miembro del consejo de ancianos salió a recibirles al camino, montando un percherón pardo, de los que presumían los enanos diciendo que eran los caballos con el paso mas firme para sus tierras. El enano sería bastante mayor incluso para su raza, era calvo, la barba le raleaba, su mentón era fuerte y prominente, una cicatriz surcaba su frente, sus pómulos estaban hundidos, dándole un aspecto cadavérico, y su ojo izquierdo se encontraba ya nublado en las tinieblas, aunque parecía que por el derecho veía sin problemas, ya que cuando se acercó a los embajadores ducales con toda su comitiva, le dijo a Joromun: “No pensé que volvería a veros, y menos como alto dignatario del duque. ¿No me recordáis?”. Joromun se disculpó con el enano, el cual parecía encontrar fascinante al elfo, ya que no había ni saludado al otro embajador, y a buen seguro que sabía quien era, pues era un hombre conocido y temido por todas las distintas tierras; se trataba de Esdorak, el chambelán del duque. Aquel enano seguía expectante, sin moverse de su caballo, sonriendo de oreja a oreja a Joromun, a la espera de que este recordara quien era. “Esa actitud”, pensó Joromun, y finalmente supo con quien hablaba, aunque aquello no auguraba nada bueno “Sois Oydeon, quien fuera heraldo del príncipe Lodaril”, el anciano sonrió incluso más, tanto que parecía que se le fuese a rasgar la boca, y le dijo a Joromun “Me alegra saber que no he sido olvidado” y después, dirigiéndose a ambos embajadores dijo “Os brindaré el paso a Cenicea, nuestra gran capital, donde contaréis con nuestra hospitalidad”.
Por el rabillo del ojo Joromun se fijó en su compañero. Esdorak era un humano muy delgado, escuálido, de cuello fino, mentón muy afilado, cuya boca era apenas una línea carente de labios, nariz chata, ojos azules, cejas pobladas, pelo canoso que le caía en una media melena hasta los hombros, y que siempre iba bien afeitado. Tenía unas curiosas marcas bajo los ojos, que hacían creer que llevara anteojos, y que Joromun no había sido capaz de decir jamás si eran marcas de nacimiento, cicatrices, o algo que se le había quedado a Esdorak en la cara de pasarse las horas muertas con las manos sujetándose el rostro, algo que hacía siempre que se hallaba sentado. Esdorak no era de los que hablaba sin antes pensar, pero debió considerar que cuánto antes le aclarara las cosas al enano menos problemas traería. “Os agradecemos la hospitalidad de Cenicea, maestro Oydeon, pero tan solo estamos de paso. Nos gustaría descansar y seguir nuestro viaje hacia Vilanta al amanecer”. Lejos de amilanarse ante aquel personaje, el enano le contestó, “Ya cambiaréis de idea, embajador. En Vilanta no hay nada que ver, os lo aseguro, todo lo que pasa en Isla Mina ocurre en Cenícea”.
El camino por el que viajaban los dos embajadores, el miembro del consejo enano y las comitivas de estos era una bonita obra de la ingeniería enana, una carretera totalmente lisa, perfecta para los caballos, hecha con adoquines de distintos materiales, cuya composición parecía formar extrañas obras de arte en el suelo. Tras muchos metros de silencio, el anciano Oydeon lo volvió a romper
-Embajadores, una pregunta si no es molestia, ¿Por qué para llegar a Vilanta pasáis por Cenícea? El camino más corto es el camino norte, que pasa bien lejos de aquí
-No queríamos faltar con nuestro deber de presentar nuestros respetos al nuevo druida- dijo Joromun, que tenía bien ensayada la respuesta ante tal pregunta. “No estaría bien que solo hablara yo” le había dicho Esdorak antes de partir “Sospecharían si uno de los embajadores solo resulta ser un palurdo con espadas”
-Ah, si, el nuevo druida. Estará encantado de recibiros
-Maestro Oydeon- dijo Esdorak- utilizando la misma fórmula que vos habéis utilizado para meter las narices en nuestros asuntos: “una pregunta si no es molestia”, ¿De que forma ha caído en desgracia el clan de los madereros, que durante cientos de años han sido vuestros druidas, para que ahora el druida pertenezca al clan de los canteros, del cual sois parte?- el enano miró a Esdorak con la misma sonrisa enorme con la que había mirado a Joromun cuando les recibió. “Maldito seas, chambelán” pensó Joromun “¿Para eso querías que yo contestara a esa pregunta, para dejarme como el tonto que contesta cuando alguien mete las narices en nuestros asuntos?”
-Veréis- empezó Oydeon- yo estaba en la cámara del consejo el día que se decidió que los madereros dejaran del druididato. Se habían ganado muchos enemigos, y la deshonra rondaba su clan. Primero se lavaron las manos mientras los otros clanes conspiraban con los dracónicos, después juraron ser los más fieles amigos de los humanos, cuando tradicionalmente nuestros mas fieles amigos han sido los trasgos, quienes siempre han apoyado a la estirpe de Edai Gan.- a Joromun le parecía increíble la facilidad con la que aquel enano opinaba cosas que eran claramente traición delante de Esdorak, pero el seguía sonriendo-  Y creo que la gota que colmó la vasija fue volver a apoyar a los humanos después de que vuestro pueblo masacrara al mio. Más de diez mil cabezas de enanos adornando las murallas del Castillo Ducal no se olvidan así como así.
-Diez mil cabezas de invasores- dijo Joromun, quien había cortado algunas él mismo
-Sin duda se lo tenían merecido, mi señor elfo, pero hubiese sido un buen gesto por parte del duque Lenard perdonar la vida a quienes tan solo habían sido promovidos por un traidor que se le escapó por un despiste. –“Tryolin” pensó Joromun. El enano fue a terminar su relato-Así que fue todo eso lo que puso a uno de los miembros del clan de los canteros en el cargo de druida. Debo decir que, desde que estamos al mando, nuestras tropas son mucho mas eficientes y fieles, y hemos desarrollado nuevas armas con las que defendernos de los próximos Tryolin que asomen la cabeza. – “¿Nos amenaza abiertamente?” no pudo evitar pensar Joromun
-¿Y el anterior druida, que fue de él?- preguntó Esdorak, sonriéndose, como sabiendo lo que iba a contestar el enano
-Ah, no, no, no, pregunta por pregunta, mi señor, ya estamos en paz.- dijo el enano.
Esdorak le hizo una señal a Joromun para que se retrasaran. Joromun pensó que compartiría con él algo importante que los mantendría a salvo, pero cuando se encontraron sin enanos alrededor, se le acercó al oido y lo único que le susurró fue “Ese enano me cae bien”. Y emprendió de nuevo la marcha dejando a Joromun en un mar de confusión y desconfianza

Fin de la primera parte

domingo, 8 de julio de 2012

Cantar al gaven Defís


Cantar al gaven Defís

Oh, gato traicionero, siempre en el bando victorioso te encuentras, ¿Será que traes la suerte a quien eres fiel?, ¿O será que tu fidelidad cambia siempre a favor de quien la suerte lleva consigo?
Pobre de aquel que, como yo, trate como un simple criminal aburguesado, del que puedes conseguir lealtad a cambio de oro y promesas, a quien no es sino el rey de todos los mentirosos.
Ojalá este canto salga de esta celda y al mundo la vuelta dé, ese dia, amigo gato, te enviarán a los infiernos, donde yo te espero, y encontrarás que allí tus mentiras no funcionan, porque yo he usado tus maneras para hacer allí lo que tu haces aquí.
¿No sería bonito que murieras una vez más, traicionado en los infiernos, y otra vez, y otra, y otra más, así hasta que todos los que morimos por tu traición nos veamos satisfechos?
Así me despido, gato traicionero, voy al tajo del verdugo con la alegría de saber que nos volveremos a ver, gato traicionero, que te den por culo, gato traicionero.

-Escrito por uno de los dracónicos prisioneros en el Castillo Ducal

(Los dracónicos desconocían que ellos no iban a ser ajusticiados como los humanos y los enanos, así que el escritor anónimo no murió tan pronto como esperaba. Muchísimos años después, cuando murió, encontró que los infiernos ya eran fieles a quien se los había ganado con mentira y traición, moneda de cambio en aquellos lares. Ese alguien era el gaven Defís. Maldito seas, gato traicionero)

sábado, 7 de julio de 2012

La rata


El triunfo de la rata

Dejad que os cuente, por conocida que ya sea, la historia de aquel hombre al que despojaron de todo cuanto los hombres valoramos en la vida, y el cual aún así decidió renunciar a una muerte honorable y seguir respirando, aunque lo hizo mas como rata que como hombre. Se trataba de un humano alto y fornido, un poco rollizo, de pelo grisáceo y corto, nariz ganchuda y ojos diminutos como toda rata debe tener
Tryolin era su nombre, y marqués había sido su título, antes de que nuestro chambelán se lo arrebatara, junto con sus tierras. Su mayor orgullo era su hijo, el cual llevaba su mismo nombre, pero que para gran deshonra murió a manos de una mujer y ante cientos de grandes nobles. “Y ahora es vuestra cabeza la que ha de rodar” le dijo Esdorak el chambelán cuando le sacó de la mazmorra de Robleda, donde llevaba preso desde que murió su hijo. “Los dioses aún no me quieren junto a ellos” replicó quien empezaba a mostrar su naturaleza de rata.
El ingenioso chambelán, donde otros solo verían desprecio, el vio oportunidad. “Quizá podamos llegar a un acuerdo” y ese hombre ingenioso supo darle un nuevo valor a una vida que no valía nada. “Harás lo que viniste a hacer a Robleda. El general enemigo habrá muerto, pero no son pocos los aliados suyos que intentarán congregarse una vez más, puede que alrededor de sus hijos, los cuales, como es sabido, tiene por doquier. Únelos, une a los enemigos del duque para que yo los pueda aplastar a todos de una vez”.
Y he aquí cuando se vio la definitiva muerte del hombre y el triunfo de la rata, pues por salvar su miserable vida, en la que ya no podría disfrutar de nada de lo que conoció, Tryolin aceptó la oferta Esdorak, aceptó traicionar a sus propias creencias, a sus sinceros aliados, a la causa por la que había muerto su querido hijo. Cuan despreciables son los hombres que se venden por seguir respirando, y más aún si, como Tryolin, carecen de objetivo propio. Pues jamás cuando aceptó la oferta pensó Tryolin en escapar de las garras del chambelán, pero este sabía de la naturaleza cambiante de los hombres, y como sentencia final, le avisó: “recuerda tu papel en todo esto”. ¡A broma se lo tomo el pobre Tryolin!, como si no conociese la fama del chambelán de saber todo aún antes de que pase.
Marchó Tryolin de Robleda en la noche, al amparo de la oscuridad, pues sabía de la mentira que contaría el chambelán “El muy maldito, los infiernos se lo lleven, murió al preguntarle si quería confesar algo más. A saber lo que se lleva a la tumba, aquél maldito rufián”. Pero para la rata no sería fácil encontrar amigos, pues para él todos eran depredadores.
Será la ironía, o será que él mismo se sentía rata, que pensó, como muchos piensan “cerca mantengo a mis amigos, y mas cerca aún a mis enemigos”, que fue a buscar al mayor enemigo de la rata: el gato. Este gato en concreto era desgarbado, de pelaje gris atigrado, ojos dorados y una oreja cortada; era un gaven y se llamaba Defís. El hombre-gato solía vivir con los elfos, muy a gusto mientras estos eran dominados por los reptiles, pero cuando Edai Gan murió los elfos reconquistaron Mediria y Defís se vio expulsado de su hogar. No era amigo de Tryolin, pero tampoco era enemigo, y ambos tenían motivos para desear la vuelta de los dracónicos.
El gato se dedicaba al contrabando en ultramar y en su barco embarcaron él y Tryolin para marchar a Isla Mina, la casa de los enanos, donde sabían que muchos humanos que ayudaron a los dracónicos habían marchado. No fue tarea fácil ganarse la confianza de los nobles refugiados, pues ni los gavens ni los muertos que caminan por el mundo con forma de rata les agradaban mucho, pero tras muchos esfuerzos consiguieron hacerse con un ejército bien dispuesto a atacar Roitril junto con los reptiles.
Fue entonces cuando algo empezó a pasar por la cabeza de Tryolin “Este ejército es muy grande” pensó, “Creo que ni necesitaríamos a los dracónicos para conquistar Roitril. Contamos con los enanos, y a estos no les gusta alejarse mucho de su casa, así que no se quedarían en nuestras tierras tras la guerra. Y yo he unido a este ejército, podría ser mas grande de lo que nunca he sido, podría ser el próximo duque de Roitril”. La rata, ebrio de sus sueños de venganza y grandeza, tuvo que compartir su idea con Defís pues pensó “¿No ha sido mi compañero desde que empezó esto?, él sabía que podía haberme entregado a cualquier noble y que le hubieran dado una buena recompensa por el falso muerto”.
La respuesta del gato no gustó mucho a Tryolin, “No deberías haberme dicho nada. Yo he acompañado a un rebelde, no a un traidor. Que ahora quieras cambiar de bando no significa nada, me habías traído aquí para matarme, junto con todos nuestros aliados. Mas te vale seguir con los planes del principio y seguir contando con los dracónicos o empezaré a cantarle alguna cancioncilla a nuestros amigos. No se que harían los nobles, pero a los enanos no les gustará ver que has venido a su casa a tomarles el pelo”.
En buen lío se había metido la rata. Sus sueños de grandeza, como los de todas las ratas, se fueron por el desagüe. Ahora solo le quedaba elegir, ser dominado por los reptiles y esperar que estos restauraran su honor o vivir como un hombre humilde, pero dominado por los suyos. “¿Qué idiota quiere vivir como un hombre humilde?”.
Cuando los dracónicos llegaron a Isla Mina, Tryolin negoció con ellos. A muchos de los lagartos no les gustó nada que quien los llamara solo pensara en que le devolvieran su castillo y su título, y no en la supremacía de los reptiles, así que se marcharon. Pero otros muchos se quedaron, y estos trajeron ante su nuevo ejército a su general, Edon Gan, primogénito de Edai.
En opinión de Tryolin, aquel chico no tenía la visión de la guerra que tenía su padre, pero no quería importunarlo, así que aceptó sus planes. Los invasores ya tenían una zona de desembarco, Castillo de Sal, una gran fortaleza cerca del mar en Roitril, y que como bien sabéis defienden una pobre estirpe de caballeros.
Los mas de doscientos barcos, con la bandera de los reptiles, desembarcaron en Castillo de Sal. Encontraron las puertas cerradas, pero esos pobres caballeros no tenían ni un penique para pagar a quien pudiera reconstruir sus murallas, así que tan solo tuvieron que dar un rodeo al castillo hasta encontrar la zona derruida, que como esperaban, seguía derruida. Allí encontraron a menos de cien hombres, con escudos al suelo y lanzas en ristre, taponando la brecha. Aquellos malditos resistían bien, pero no podían hacer nada contra las numerosas tropas de la alianza invasora. Y justo cuando los guerreros del último de los barcos desembarcaron, y cuando la resistencia del castillo iba a caer, se escucharon los cuernos de batalla roitrilanos. Barcos escupefuego aparecieron por el mar, destrozando la vía de escape de los reptiles, y todo el poderío militar de Roitril, con el duque Lenard a la cabeza y el por nosotros conocido elfo bizco portando su estandarte, destrozaron al ejército invasor desde su retaguardia.
Edon Gan murió, otros trovadores os dirán que a manos del elfo, como su padre, pero lo cierto es que lo mató una flecha de uno de los defensores del castillo. Tanto Tryolin como Defís fueron capturados, uno al lado del otro. “¿Cómo lo sabían?” preguntó la rata al gato, este se sonrió, con habilidad rasgó las cuerdas que le ataban las manos, se puso de pie y le dijo a Tryolin “Casi lo estropeas todo, menos mal que al final hiciste venir a los reptiles. Cumpliste bien tu papel, pero no eras el único con un papel en esto”. Y el gato se marchó sin que ninguno de los soldados del duque se lo impidiera.
¿En que erró Tryolin? En olvidar que Esdorak, el chambelán, sabe todo antes de que ocurra, sea por una boca de rata o por una boca de gato. Su segundo error fue olvidar que los gatos comen ratas pero que los humanos amaestran gatos. Así pues, y ya me despido recordando, que cuando triunfa la rata sobre el hombre, los gatos le llevan a morir.


(Defís era enemigo de los elfos, pero no de los humanos, y no tenía ningún interés en ofender también a estos. Desde el principio trabajaba para Esdorak, ya que el chambelán sabía que sería a él a quien reclutaría Tryolin para su causa. Los nobles roitrilianos rebeldes fueron ajusticiados, igual que los enanos, pero los dracónicos fueron hechos prisioneros para prevenir futuras invasiones. Las tierras del marqués Tryolin fueron divididas y repartidas entre los fieles al duque Lenard, entre ellos Joromún el elfo y Baragh la trasgo)

viernes, 6 de julio de 2012

El buen ilordiano


El buen ilordiano

-¿Hasta que punto confías en Esdorak?- le preguntó a Baragh el elfo Joromun
-Estaba en mi banda desde antes de lo de la Ciudad Ducal- dijo la trasgo
-¡Ja!, menuda mierda de respuesta
-A ver, gracioso, ¿qué te pasa con Esdorak?- pregunto Baragh algo molesta
-Es un humano, con nombre de trasgo, en una banda de criminales trasgos, a la que entra justo una semana antes de que se convierta en la Guardia Ducal, que en menos de un año pasa por encima de ti y de todos los consejeros del duque y se convierte en su chambelán, o lo que es lo mismo, en el segundo hombre mas poderoso de Roitril
-A demostrado ser bueno para la provincia, además él nació aquí. ¿Y que es eso de que tiene nombre de trasgo?, ¿qué clase de nombres tenemos los trasgos?
-Nombres secos, que se pronuncian con lo más profundo de la garganta como el tuyo
-Elfo racista, no se si os creéis que por vuestras venas corre oro, ¿y de que te ríes ahora?
-Me has recordado a alguien que siempre tenía la “sangre de elfo” en la boca
-Me hubiese gustado conocerlo, seguro que hubiésemos tenido una conversación interesante sobre ti
-Seguro que si. Será mejor seguir, Robleda aún está lejos y falta poco para que anochezca
Y siguieron caminando por uno de los viejos caminos de Roitril. Llevaban a su caballo consigo, pero se había accidentado por el camino y prefirieron caminar a forzarlo. Puede que lo necesitaran para salir de Robleda. Se encaminaban allí por orden del chambelán Esdorak, que decía creer que la Marquesa Sarya podía seguir ayudando al general dracónico Edai Gan desde que este consiguiera huir durante la toma de la Ciudad Ducal. La Marquesa iba a celebrar un torneo donde el premio era su propia mano y al chambelán le pareció extraño ya que llevaba viuda media vida y sus hijos ya tenían edad de sucederla tras su muerte. Joromun y Baragh habían sido vestidos por los sastres del mismo duque Lenard y fingían ser una pareja que se conoció durante la invasión dracónica a Mediria, la tierra de los elfos.
Hacia un año Baragh no hubiese pasado por ser una dama ni aunque la vistieran con las ropas de una reina, pero tras un año vigilando los salones del Castillo Ducal y obligada a vestir de tal forma que no desentonara en ellos no se encontraba del todo incómoda vestida como una noble. Joromun decía sentirse a las mil maravillas con aquella ropa tan fina, y añadió que los elfos están hechos para vestir tales prendas, y no bastas ropas de algodón o lana como las que solía llevar Baragh. Baragh pensaba que todo aquel discurso élfico tenía el único propósito de enfadarla, algo que parecía divertir mucho a Joromun.
Ya casi había anochecido cuando llegaron a la linde de un pequeño bosque y Joromun dijo- Imposible llegar hoy, tendremos que acampar aquí-, a Baragh le hubiese gustado replicarle, pero lo cierto era que a pie no podrían avanzar mucho mas, y aquel era un sitio muy bueno para acampar. Ya casi habían empezado a preparar el campamento cuando oyeron un ruido de cascos que les hizo sacar sus armas rapidamente, aunque cuando vieron a un viejo dracónico montado sobre un caballo y que llevaba atado otro se sintieron muy estúpidos y guardaron sus armas. El dracónico no se había fijado en ellos, pero cuando lo hizo se les acercó al paso
-Saludos viajeros. ¿qué os lleva a acampar aquí?- el dracónico tenía la cara muy ancha, los ojos eran apenas dos rendijas verdes, y tenía el pelo y la barba, o lo que sea que les crece a los dracónicos bajo la barbilla, muy largos y alborotados
-¿No es buen lugar?- preguntó Baragh, y se acordó de cuando poco antes Joromun le había dicho “Ja, menuda mierda de respuesta”
-Lo es, si no hay uno mejor- “pues si mi respuesta era mierda la suya...”- deberíais intentar cabalgar hasta Robleda, llegaríais antes de que anocheciera
-Nuestro caballo está molido y no podría llevarnos sin que acabara rompiéndose la pata que tiene lastimada- dijo Joromun al dracónico
-Es una lástima... ¡que demonios!, montad en mi destrero, vuestro caballo podrá seguirnos el ritmo sin problemas si no va cargado
-¿De verdad?- dijo Joromun al dracónico, pero miró a Baragh de una forma un tanto rara, como indicándole que fuesen con cuidado
-Claro que si, luego en Robleda podréis conseguir otro caballo
-Si en realidad vamos a Robleda- dijo Baragh para ver la reacción del extraño
-Que coincidencia, este es sin duda vuestro dia de suerte amigos. Vamos, montad en Vicioso, y no hagáis mucho caso del nombre, es la costumbre de Ilor poner nombres así a los animales. Soy Wilet Bion, para serviros
-Yo soy Joromun de Mediria, y mi esposa es Baragh de Arrash.
-Tanto gusto- durante la marcha al castillo, Wilet Bion les contó no ser un dracónico de El Reino, sino provenir de la isla de Ilor, un lugar famoso por la cantidad de mercaderes de todas las razas que emigraban a él. “El buen ilordiano” decía ir a Robleda para entregar el cetro que la marquesa había mandado forjar para su futuro esposo.
Mientras cabalgaban con Wilet, Baragh y Joromun fueron relajándose, ya que parecía que las intenciones del ilordiano eran sinceras y que no había nada escondido. Tuvieron que cabalgar al menos tres horas de noche para llegar a Robleda, y el dracónico podría haberlas aprovechado para jugársela, pero en lugar de eso les guió eficazmente hasta el castillo. “No os preocupéis, he hecho este camino cien veces, de dia, de noche, con lluvia, con viento, incluso con nieve, y jamás me he perdido”
Robleda era un castillo muy grande, donde la muralla no era sino una empalizada de madera, y es que, por lo que decían, el castillo había necesitado tanta piedra que no quedó más en la región para la muralla. Baragh y Joromun se despidieron de Wilet Bion, al que le asignaron unas habitaciones algo modestas para la noche, mientras que a Baragh y Joromun, que se hacían pasar por grandes visitantes nobles, les dieron una lujosa habitación, donde el único inconveniente era que solo tenía una cama.
-Maldito Esdorak, me da igual que sea el chambelán, le voy a poner un ojo morado, “os haréis pasar por matrimonio”, a quien se le ocurre- maldijo Baragh mientras se metía en la cama con el elfo. Joromun se había ofrecido a dormir en el suelo, pero al dia siguiente necesitarían estar bien descansados, y la diferencia entre la cama y el suelo podría significar la diferencia entre la vida y la muerte, aunque Baragh esperó que no fuese así, ya que les costó bastante conciliar el sueño.
-Joromun... Joromun despierta- dijo Baragh por la mañana
-Los elfos vivimos muchos años, necesitamos dormir mucho- dijo él
-¿Y tenéis que dormir abrazados a alguien por necesidad?
-¿¡Que!?- dijo el elfo levantándose rápidamente de la cama, con la cara roja. –Lo siento, yo, dormía mal y, no paraba de moverme y, habré acabado en esa postura, por accidente, claro
-Ya, claro, por accidente. No sabía que los elfos fuerais propensos a los accidentes nocturnos- dijo Baragh sin levantarse de la cama. Pensó que ahora le tocaba a ella reirse del elfo, pero pronto recordó que no estaban allí para reírse- Pongámonos la ropa que nos dio el duque para el dia del torneo y vayamos a presentarnos ante la marquesa
Aunque el origen noble que el duque les había preparado a Baragh y Joromun era bastante alto, el sitio que consiguieron tras presentarse ante la marquesa Sarya estaba demasiado alejado de los grandes nobles, de los sospechosos de prestar su ayuda a Edai Gan, así que se vieron obligados a improvisar algo. Joromun se supo meter entre un conjunto de hombres nobles bastante borrachos que parecían muy al tanto de todos los participantes del torneo. Baragh hizo lo mismo presentándose ante tres doncellas que suspiraban cada vez que el heraldo presentaba algún nuevo contendiente, y a las que Baragh deseaba con toda su alma abofetear, pero igualmente fingió ser tan estúpida como ellas. Se las ganó diciéndoles estar recién casada con un misterioso elfo amigo de su noble padre y del que quedó prendada incluso antes de verlo por primera vez. La forma en la que la miraban y como decían desear algo así para si mismas le volvió a dar deseos de usar la violencia contra ellas.
-Habladme de los contendientes, no soy de aquí y no conozco a casi ninguno de los caballeros
-Oh, mirad, aquellos dos que van a luchar son hermanos, sabéis, son los sobrinos de la marquesa, y dicen que se odian entre ellos- le dijo una de ellas en una justa
-Y ese es Tryolin el Joven, es el heredero de su padre, el marqués Tryolin, y fue quien convenció a la marquesa de que celebrase este torneo, pues dijo que no había en Roitril nadie mas bravo que él ni dama mas bella que ella, aunque tiene la edad de su madre-le dijo otra de las chicas en la siguiente justa, la cual ganó Tryolin el Joven, el cual montaba muy bien aunque solo tendría dieciséis o diecisiete años, y Baragh empezó a tener una idea de lo que podía estar pasando allí. Se disculpó con las “niñas tontas” como las llamaba para si misma y se fue en pos del grupo de nobles borrachos para buscar a Joromun, el cual no estaba entre ellos. Los hombres le indicaron que el elfo pidió un poco de vino de Meridia, el cual le habían tenido que ir a buscar a la bodega de la marquesa, y que tras beberlo se empezó a encontrar mal y que había ido con un dracónico que decía tener un elixir que le lavaría el estómago. “El buen ilordiano, estúpida, el ilordiano no se llama Wilet Bion, es el maldito general Edai Gan, y Tryolin el Joven es quien le esta ayudando”. No tenía tiempo para buscar a Edai Gan por todo el castillo, así que fue directamente a hablar con la marquesa Sarya
-Excelencia, disculpadme, no soy quien creeis, leed esta carta del duque Lenard y lo entenderéis.
-Yo odio a los dracónicos, trasgo, no permitiría a nadie la entrada a Robleda que conspirara con ellos
-Pues lo habéis hecho. Os han engañado tanto como a mi, es Tryolin el Joven, y puede que también su padre el marqués, quienes ayudan a Edai Gan. Por eso os ha convencido de este torneo, para conseguir vuestro castillo y proporcionarle un excelente enclave al dracónico para que vuelva a hacerse con Roitril.
La marquesa tardó un rato en analizar lo que decía Baragh, pero la conclusión que sacó fue que habían usado su soledad para engañarla
-¡Detengan el torneo! Traigan ante mi a Tryolin el Joven, a su padre, y a un comerciante dracónico que merodea por mi castillo- ordenó la mujer. Tryolin y su padre fueron apresados, pero no había el menor rastro de Joromun ni de Edai Gan. Baragh ya había recogido sus cosas e iba a montar a su caballo, esperando que se encontrara recuperado, cuando la marquesa Sarya fue a verla a los establos
-Se que vuestro compañero debe ser lo primero para vos, pero el luchaba para impedir que los dracónicos volvieran a convertir Roitril en un campo de batalla constante. Tryolin el Joven es el mejor guerrero de los que hay aquí, y ha exigido demostrar su inocencia en un duelo. Por favor, decidme que podríais con él.
Baragh sintió ganas de escupir a la mujer, pero tenía razón, Joromun lo sabía, Roitril era mas importante que él o que Baragh. Si Tryolin vivía no tardaría en organizar la llegada de los dracónicos, asi que Baragh aceptó la armadura de placas que le ofreció la marquesa y fue a enfrentarse con Tryolin el Joven. El humano vestía una armadura de acero bruñido, negro, un llevaba una martillo a una mano capaz de aplastar sin dificultad la armadura prestada de Baragh.
Baragh empezó a llevar la iniciativa en el combate, pues no tenía tiempo que perder para ir a buscar a Joromun, y pagó cara su imprudencia pues Tryolin le aplastó el brazo izquierdo con su martillo. Baragh pensó que si quería ir a buscar a Joromun primero tendría que salir de allí con vida, y dejó que fuese Tryolin quien la atacase, pero el humano no tenía ninguna prisa, y se limitó a dar vueltas en torno a Baragh, lanzando de vez en cuando algún martillazo, valiéndose de su mayor altura para mantener a una distancia inofensiva a la trasgo. Baragh empezó a ver algo borroso al humano, y comprendió que si su brazo no recibía los cuidados de un sanador se acabaría desvaneciendo allí mismo. Cargó contra Tryolin con su escudo por delante, el martillo lo atravesó y golpeó la cabeza de Baragh, pero entre el escudo y el yelmo de placas consiguió mantenerse de pie, y antes de que Tryolin recuperase la posición del brazo del martillo le atravesó con su espada bajo el brazo, sacándosela por el cuello. Baragh se dejó caer inconsciente, siendo su último pensamiento un intento de disculpa para Joromun, y el deseo de que este siguiera vivo.

-¡Mi señora, venid!- le gritó uno de los rastreadores de la marquesa, - los perros han encontrado algo-
Entre las ramas de unos árboles, a dos días a caballo de Robleda, yacía un hombre apuñalado, muerto, con sus escamas desprendiéndose de su cuerpo poco a poco. A pocos pasos, casi en estado catatónico, un elfo sonrió al ver a Baragh, la cual le abrazó con tanta fuerza que casi le rompe las costillas. El elfo sonrió entre toses
-Fui un buen prisionero, muy bueno. Pero él debería haber aprendido de lo que nos hizo, de que no se puede confiar en un “buen ilordiano”, y eso le acabó matando

jueves, 5 de julio de 2012

Según los tiempos


Según los tiempos
“¡La buena vida que se llevaba en Roitril hace años!” era algo que el barón Crimaud estaba muy acostumbrado a escuchar en los salones del Bastión Luz Celeste, aunque tal bastión no era sino una torre de ladrillo con una maltrecha muralla de sillares que la rodeaba; de donde venía lo de “Luz Celeste” nadie tenía ni la menor idea. Ese dia, mas que nunca, supo que sus súbditos se quejaban amargamente de la buena vida de años atrás y de lo oprimidos que vivían ahora, pues la noticia de que Edai Gan se había asentado en el Castillo Ducal les había llegado como un jarro de agua fría.
El general dracónico era aliado de Roitril, pero desde que los humanos le habían pedido ayuda ante la posible invasión de los enanos, Roitril entera se había convertido en prisionera de los dracónicos. Eso era una cosa, pero asentar como su residencia el mismo Castillo Ducal era excesivo, incluso para los reptiles.
En aquello se hallaba pensando el barón Crimaud, un joven hombre de veinte años, no muy alto pero fuerte, de pelo siempre corto y ojos de un azul casi blanco, cuando las puertas del Bastión Luz Celeste se abrieron y su caballero mas leal, Joromun, un elfo de unos cincuenta años, alguien joven para los de su raza, entró llevando a rastras a otro hombre, con el pelo muy largo y sucio, y con el tono de piel grisáceo de los trasgos. Cuando Joromun y su prisionero se pararon ante el barón, que no se hallaba sentado en su trono, Crimaud se fijó en que el trasgo era una mujer, con suciedad por todo el cuerpo
-Mi señor, esta trasgo, que responde al nombre de Baragh, y varios aliados suyos que no hemos podido capturar, intentaron esta noche asesinar al comisario del Reino en la ciudad de Trigueros- le informó Joromun
-¿Intentó matar a un alto oficial dracónico? Pero en que pensabais, mujer- le inquirió el barón Crimaud a la trasgo Baragh
-En recuperar la libertad que todas las razas teníamos hace diez años en Roitril, antes de que os vendierais a los reptiles- contestó la mujer al barón, sin mirarle a los ojos
Joromun abofeteó a la mujer en la cara, para que contuviese su lengua ante el barón, pero Crimaud sabía que solo lo hacía porque era lo que se esperaba de él, y que con ese golpe no hubiera ni matado a una mosca
-Lleváosla a los calabozos, capitán Joromun- dijo el barón – ya veremos mas tarde que se hace con ella
Joromun obedeció, y llevó con toda la delicadeza que pudo a la trasgo a las mazmorras. En cuanto desaparecieron del salón, la consejera que los dracónicos le habían impuesto al barón, Aren Toih, una mujer reptil de irónica lengua viperina y ojos rojos, le dijo
-Mi señor, ¿no deberíais mandarla de inmediato al general para que decida que se hace con ella?, ha intentado matar a alguien del Reino-
-El Reino es nuestro invitado en Roitril, Aren, no lo olvides. En mi castillo no tolero mas soberbia que la mía, si alguien quiere algo de esta prisionera que lo pida a través del duque, que  es a quien yo he jurado fidelidad-
-Entonces estad atentos a las palomas que lleguen del Castillo Ducal. ¿Puedo retirarme?-
-Si, pero el palomar no va a estar disponible hasta que no acabemos con esos arqueros que se divierten matando a mis palomas mensajeras-
-Seguro que vuestro elfo bizco no tarda en solucionar el problema-
“Claro que no, antes de medianoche mi elfo bizco habrá acabado con el problema de raiz, pero ¿Con cual?”. En los casi veinte años que Joromun llevaba al servicio del barón, este jamás había visitado los aposentos que el elfo había escogido el dia que lo llevó al castillo, cuando el barón era solo un bebé. La habitación del elfo era exageradamente austera, y mas teniendo en cuenta el gusto tan exquisito del que gozan los de su raza, lo único que adornaba su habitación eran armas y armaduras, dos botellas de vino de Mediria vacías, y una cama de paja con pinta de ser bastante incómoda.
-Mi señor, no esperaba veros aquí, podríais haberme hecho llamar- dijo el elfo cuando vio al barón en su puerta, visiblemente incómodo por la visita
-Lamento molestarte en tu hora de descanso-
-Un caballero al servicio de un señor jamás descansa, eso es lo que me enseñó vuestro padre-
-Habláis poco de él, ¿A que se debe?
-Simplemente me entristece su pérdida. El decía que los elfos vivimos más, pero que olvidamos menos, y que por eso siempre nos lamentamos de algo del pasado
-Creo que ya me habéis hablado de lo que mi padre llamaba “La sangre de elfo”
-Así es- asintió Joromun
-¿No creéis que hay cosas que importan más que la sangre?-
-Sin duda, porque yo consideré a vuestro padre mas familia mía que a mi propio padre, del que solo guardo recuerdos en forma de cicatrices
-Je, eso os convierte casi en mi hermano- el elfo se apresuró a corregirse, pero el barón, divertido, le indicó que no se preocupase –Joromun, ¿qué hubiese hecho mi padre con la trasgo?
-Ajusticiarla, o entregársela al principe Lodaril, que era a quien había jurado fidelidad, para que este tomase la decisión- dijo el elfo, que guardó silencio por un momento y añadió – Pero vuestro padre no tuvo que lidiar con que su señor fuese esclavo de otros- y sonrió abiertamente. Crimaud se llenó de alegría, no solo porque Joromun pensase como él, sino porque eso le recordó cuando Joromun le llevó al castillo, cuando sonreía con gran facilidad.
-Entonces, os debo preguntar, ¿Alguna vez habéis asesinado a alguien a sangre fría?-
-Si, una vez, bueno, fueron dos veces pero al mismo tiempo-
-¿Fue difícil?-
-Uno estaba desarmado y el otro se creía que los dioses lo protegían, así que ni intentó defenderse. Aun mientras se desangraba, me decía que el Dios Diamantino me fulminaría con un rayo-
-¿Y alguna vez habéis matado a una mujer?-
                                                            ·            ·            ·
Al caer la noche el barón dio unas pocas ordenes a sus hombres de más confianza, y fue a las mazmorras a tratar a la prisionera como debía
-Hablad, ¿dónde están vuestros compinches?, ¿Cuántos sois?- por toda respuesta obtuvo un escupitajo
-Liberadla- ordenó al guardia que lo acompañaba –Id a vigilar la puerta- le dijo cuando abrió la celda, y se volvió hacia la confusa trasgo –Márchate con tus compañeros, utiliza esta carta en la que os presento ante el duque como una compañía de feriantes, y al tercer dia causad el desorden en la ciudad. Hay un caballo negro ensillado en los establos cuya dueña no llegará a montar más.
La trasgo salió corriendo como alma que se llevasen los infiernos, y el barón esperó haber obrado bien. Después supo que, cuando Aren Toih, la dracónica, intentó coger su caballo para huir al Castillo Ducal e informar de la traición del barón Crimaud, en lugar de su caballo encontró un elfo bizco, uno que sabía que a veces todo aquello merecía la pena, y que veinte años después volvió a matar no como mata un guerrero, sino como mata un vil asesino.
Cuando amaneció no había tiempo que perder, tanto Joromun como el barón partieron a dirigirse a diferentes señores feudales de Roitril, y al tercer dia, con caos por doquier en la Ciudad Ducal, los ejércitos humanos expulsaron a los dracónicos de esta y del castillo. Cuando el Duque volvió a sentarse en su trono, rodeado de sus fieles vasallos y no de reptiles, hizo pasar ante él a la banda de trasgos liderada por Baragh, a los que no solo indultó por sus crímenes, sino que les invitó a quedarse en la ciudad como su propia Guardia Ducal. Y el barón pensó que había hecho bien en no hacer lo que se hubiese hecho hace veinte años, porque las cosas son lo que son según los tiempos, y los criminales de ayer pueden llegar a ser los héroes de mañana

miércoles, 4 de julio de 2012

Cuando merece la pena


Cuando merece la pena
El barro con el que Joromun estaba enterrando al barón Crates ya le cubría hasta la barbilla. Había sido un humano fuerte, de ojos tristes, pero siempre sonriendo. Joromun había llevado el cuerpo de su difunto señor desde el campo de batalla hasta la sombra de un roble viejo y fuerte al que la batalla no había siquiera rozado, y que parecía estar protegido por algo mágico y antiguo. Ese sería el lugar donde descansarían los restos de su señor. Joromun era un elfo de unos treinta años, un adolescente para los de su raza aunque ya fuera tan alto como un humano adulto, era muy delgado, de mejillas hundidas, ojos negros, bizco del izquierdo, pelo suelto color paja y barba casi rubia que se dejaba crecer para no parecer tan joven. Al igual que su finado señor, Joromun reía con facilidad, aunque algo que el barón llamaba “la sangre de elfo” hacía que en su interior no se sintiera muy risueño.
Joromun no había participado en la batalla en la que había muerto el barón Crates, pero sabía como habían transcurrido las cosas. El príncipe élfico Lodaril era quien estaba al mando del ejército, su primo Lodergar comandaba a los arqueros de retaguardia, y eran los jinetes al mando del barón los que irían a la vanguardia. El objetivo no era derrotar al ejército dracónico  del general Edai Gan, sino retenerles hasta que las personas de Bolial se hubieran guarecido en el Castillo Amargo.
Ni la mitad de la gente se había guarecido cuando el príncipe Lodaril, un elfo altísimo de melenas negras como la noche y ojos violetas, entró a pleno galope en su castillo, seguido de sus soldados y los arqueros de Lodergar. Se obligó a los elfos de Bolial a olvidar sus pertenencias y guarecerse rápidamente, y se cerraron las puertas sin que hubiese el menor rastro del barón y sus jinetes. El heraldo Oydeon, un enano calvo y aficionado a susurrar al oído del príncipe, proclamó que había sido el valor de este lo que había salvado a su pueblo, pero Joromun escuchó hablar a los soldados hablar con sus familias, y aunque estos suelen despreciar a los humanos, por la cantidad de veces que han cruzado sus espadas con ellos, decían que su príncipe se había retirado cuando empezaron a silbar las flechas dracónicas, y que quien contuvo a los hombres reptiles, aunque le costó su propia vida, era el humano que comandaba a los jinetes.
Cuando Joromun supo de la muerte de su señor, se escapó del castillo por una de las poternas y se dirigió a cumplir con su deber como escudero y proporcionarle un entierro digno. “Ya está” se dijo cuando acabó de enterrarlo y apisonó la tierra blanda con sus botas. Joromun sentía que algo faltaba en su interior, no era el haber perdido al barón, aunque eso le llenaba de pesar, sino el sentimiento de que aquella muerte no estaba a la altura de alguien así. “Debería vengar su muerte” pensó el joven elfo. No era esa la costumbre de humanos como el barón Crates, donde el deber del escudero tras la muerte de su señor era solo el darle entierro, pero Crates siempre había respetado el origen élfico de su escudero, y jamás le hizo renunciar a las costumbres de su pueblo. Los elfos contraen una deuda con quien asesina a su señor, una deuda que se paga con sangre
-Por eso los elfos estáis siempre en guerra, Joro- le había dicho el barón Crates en cierta ocasión
-¿Y por que seguís viviendo con nosotros, mi señor?- le había contestado su escudero
-Porque yo vivo de la guerra, pero en cuanto sea viejo y no pueda blandir mi espada, o en cuanto me canse, lo que antes suceda, volveré a Roitril, mi patria, donde solo se guerrea cuando merece la pena-
-¿Alguna vez merece la pena?-
-Solo cuando evita mas guerras- había sentenciado el barón
Como los dracónicos estaban levantando su campamento bien a la vista del castillo nadie le puso impedimentos a Joromun para volver a entrar cuando amanecía, pues no había peligro en abrir por un momento las puertas. Castillo Amargo se erigía a orillas de un rio, construido con grandes sillares de caliza, que el tiempo había vuelto de un color amarillo sucio. Disponía de dos murallas, y un foso entre estas, y la torre del homenaje tenía su propio foso en caso de que cayeran las defensas de la muralla. Pero el problema de Castillo Amargo en esos momentos era su almacén, como le dijo a Joromun el gobernador Balidein, un elfo gordo y con mandíbula caída, cuando le expresó su deseo de luchar mientras durara el asedio
-No habrá lucha, zagal. Solo hay provisiones para unas pocas semanas, y los dracónicos lo saben. Deberíamos haber hecho lo que decía tu barón, contener con las picas el choque mientras los arqueros los atacaban desde lo alto, y haber negociado la rendición después de que ellos hubiesen sufrido muchas muertes y nosotros pocas. Así si que hubiésemos podido salvar bien el honor, y la vida-
-¿Ya no se podría hacer?- preguntó Joromun
-El honor está perdido, pero a ningún general le gusta tener a su ejército quieto durante semanas o meses. Puede que aún pudiéramos salvar la vida, pero el príncipe Lodaril no rendirá el castillo. El príncipe sabe que a él no le matarían, y espera que alguien venga a romper el asedio
“Los gavens” pensó Joromun mientras se alejaba del gordo gobernador Balidein. “Jamás llegarán, los hombres bestia tienen sus propios problemas”. Solo había una forma de salvar la vida, y con ello vengaría también la muerte del barón. Su asesino, no el que había empuñado la espada que lo mató, sino quien lo había vendido a la muerte con su cobardía debía pagar con su sangre. “Pero no puede hacerse desarmado”
Al dia siguiente la fortuna sonrió a Joromun, ya que el gobernador Balidein fue a buscarle, diciendo que durante la noche pensó que, si bien sus vidas no estaban en sus manos, aún podrían salvar el honor muriendo en combate. Mandó a Joromun a hablar con el maestro herrero, quien le dio una coraza de cuero, un yelmo de acero oxidado, y una espada de hierro, aunque bien afilada. “Es todo lo que necesito”
Por la tarde, cuando los hombres se preparaban para salir del castillo a combatir, se conoció la noticia: el príncipe Lodaril y su primo Lodergar, quien también era su escudo personal, aparecieron muertos. Los dracónicos aceptaron la rendición del castillo por parte del gobernador Balidein, y ninguno de los elfos allí guarecidos sufrió daño alguno y se les permitió volver a la ciudad de Bolial. “Teníais razón barón, hay veces que merece la pena” pensó Joromun mientras salía del castillo con todos los demás elfos. Pero no fue a la ciudad, decidió que compraría un caballo y marcharía a Roitril, donde solo se guerrea cuando merece la pena.